Si ves caminar a una persona con los hombros caídos y la cabeza baja y le preguntas “¿En qué estás pensando?” y te contesta “estoy pensando en lo feliz que soy con mi vida”, seguramente no le creerías, verdad? Porque de alguna manera sabes que su respuesta es incoherente con su expresión corporal. O si alguien camina mirándote desde arriba y te dice que te habla desde la humildad, tampoco le creerías.
Generalmente crecemos en un contexto donde habitualmente aprendemos desde el lenguaje. Incorporamos conceptos, nuevos conocimientos, pero adquirimos poco aprendizaje en el espacio corporal y en el emotivo.
Cuántas veces dejamos de lado el dominio corporal y lo descuidamos. En muchas ocasiones, tratamos a nuestro cuerpo como algo que traemos o que nos sigue de un lado a otro, sin tener registro acerca de cómo está y lo que le sucede. Solemos pensar que, por no hablar, no comunicamos, y suele ser todo lo contrario, la comunicación no verbal constituye un enorme espacio para expresar muchas veces las emociones que sentimos y lo que no podemos manifestar en palabras.
Nos resulta difícil escuchar a nuestro cuerpo y lograr entender aquello que nos está queriendo decir, y hemos perdido conciencia de la real conexión existente entre nuestro cuerpo y nuestros estados emocionales, ello fue demostrado a través de diversos estudios.
Si aprendemos la “constante negatividad” nuestros cuerpos comienzan a adquirir determinada forma relacionada con esa emoción, por ejemplo, los hombros se encorvan, la cabeza se inclina hacia abajo, etc. El verdadero desafío para lograr un nuevo aprendizaje es a través de la transformación corporal de algún tipo.
¿Alguna vez te detuviste a pensar cómo las emociones inciden negativamente en tu cuerpo? Escuchar a nuestro cuerpo es fundamental para comprender cómo nos afectan las situaciones que vivimos, lo que sentimos y cómo situarnos frente a ellas.
Existen muchos terapeutas que trabajan con el cuerpo y ayudan a reconocer las emociones, aceptarlas y buscar formas saludables de exteriorizarlas.
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